Comienza un
nuevo curso, y los profesores en la escuela hemos empezado con formación sobre
el “trabajo en equipo”. Sin duda, la
formación ayuda porque no
es tan sencillo hacer las cosas “juntos”.
En las
organizaciones que he conocido con anterioridad, la erosión del tiempo, la
aparición de problemas, la indiferencia de muchos, la oposición de otros, la
sensación de que no se avanza ni se mejora y, en fin, las tensiones en el seno
de los grupos ponen a prueba la solidez de nuestras adhesiones y la tenacidad
en el cumplimento de nuestros compromisos. No hay recetas fáciles para
comprometerse “juntos”.
En
el trabajo en equipo tengo necesidad de los otros, cuya respuesta, no obstante,
es siempre libre e incierta. No estamos
seguros que los otros hagan su parte, sólo podemos estar seguros de la
nuestra. Otras veces, el problema no es
tanto la carga de trabajo a realizar cuanto la falta de consenso. En vez de
comprender que el conflicto hace parte de la vida de unidad, a menudo no
entendemos la situación y pensamos que el otro ya no está en la misma
disposición de colaboración que nosotros.
Cuando perdemos la confianza de que el otro pueda estar en la misma
disposición que yo, aunque con un punto de vista distinto al mío, se empieza a
perder el ojo simple y comienza una cadena de juicios, convirtiéndose uno a la
larga en cínico y pesimista. Y en cambio, de esa gimnasia que provoca el
diálogo entre los distintos puntos de vista, en la aceptación de las
diversidades, a veces dolorosas, emana la energía vital de las organizaciones.
Hay
personas que por “vocación interior” son capaces de dar sin reciprocidad; son
capaces de creer en el otro aunque el otro no crea más que en sí mismo; creer
en el otro hace bien antes que nada a nosotros mismos, y con el tiempo se
aprende que con cada persona con la que trabajamos en cualquier proyecto, se
esconde un deseo y una vocación a la comunión que espera ser despertada. Estas
personas son el gran patrimonio de las organizaciones. Hace falta mucha libertad interior para actuar
de esa manera, ¿será por eso que es importante educar en la interioridad? Quizás
los profesores también debamos cuidarla porque nadie puede dar lo que no tiene…
Más allá de las técnicas,
que siempre son buenas y pueden mejorar nuestro compromiso “juntos”, bajo mi
punto de vista, el trabajo en equipo es, ante todo, la suma de muchos egoísmos
derrotados en el proceso. Esta primera formación puede ser una humilde ayuda
para descubrir, retomar o consolidar ilusiones, sueños…de cara a un nuevo
curso, de modo que podamos ser de esas personas portadoras de “ojos diversos”,
capaces de encontrar en nosotros mismos, en los otros, en nuestras convicciones
más profundas, los recursos para levantarnos cada mañana y recomenzar de nuevo;
personas que saben encontrar respuestas nuevas a la pregunta que antes o
después llega siempre puntal: ¿Pero quién me manda a mí hacer esto?